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La pintura llegó a mi vida como un descubrimiento inesperado, un don que permanecía oculto y que, gracias a la terapia, logré sacar a la luz. Durante 27 años, este talento estuvo enterrado bajo creencias limitantes y comentarios desalentadores. En el colegio nunca me incentivaron a pintar; más bien, me repetían que no tenía habilidad alguna para ello.
Sin embargo, el arte siempre estuvo presente en mi historia familiar. Mi madre pintaba, y mis abuelos maternos eran creativos por naturaleza: mi abuela era costurera y mi abuelo tallaba madera. A pesar de este legado, me costó años desaprender todo aquello que me hicieron creer, hasta entender que muchas de esas ideas estaban muy lejos de la realidad.

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